Tejemaneje

Pues bien… Démosle a las agujas… Hoy va de eso. Titulo así esta entrada porque ‘tejemaneje’ era una palabra que mi madre utilizaba con frecuencia para referirse a ‘enredo’ y que, por cierto, me encanta. Además, su otro significado (“acción de desarrollar mucha actividad o movimiento al realizar algo”) me viene como anillo al dedo para este post.

No quisiera decir que mi madre cosía o tejía por afición. Más bien, lo hacía porque sabía hacerlo y era algo práctico: podía hacer ropa con sus manos. Cómo me arrepiento de haberme quejado de que mi madre me hiciera la ropa. Entendedme, a mí me parecía entonces que eso era muy cutre porque al resto de los niños se la compraban en tiendas, era la época en que Amancio Ortega empezaba a despuntar. De hecho, ya a finales de los noventa, empecé a lamentarme por haber protestado tanto pero ya era tarde. Llegó el día en que mi madre se dio cuenta de que era más rápido y barato comprar la ropa, y sobre todo que no tenía por qué emplear su tiempo en esas labores y dejó de coser.

Hace unos tres años cuando estaba todavía en la fase de depresión y no teníamos muy claro qué le estaba pasando, estuve un par de semanas con la matraca de querer aprender a coser. Me imaginaba a mí misma confeccionándome las prendas más sofisticadas en un abrir y cerrar de ojos. Supongo que imaginaréis que me cansé en el primer patrón. No obstante, aquella experiencia constituyó un ensayo terapéutico piloto. Pensé que quizás se animaría ayudándome con mi pasajero entusiasmo de modista. La convencí para que me ayudara a elegir hilos, me enseñara a hilvanar y a coser a máquina los patrones de un potencial vestido precioso que me había hecho una modista. Y aceptó, solo que en mi primer minuto con su máquina –de las de rueda-, me cargué la aguja y me dijo: “Quita, ya lo hago yo”. Como aprendizaje fue un fracaso total, pero fue un éxito terapéuticamente hablando. Total que, no sé cómo, al final el vestido se convirtió en una falda muy simple, preciosa por cierto, que cosió mi madre a máquina. Obvia decir que le tengo mucho cariño a esa falda no solo por lo bonita que es, sino porque es lo último que me hizo mi madre.

Siendo una niña, le pedí que me enseñara a coser y bordar. Su consigna era “El derecho tiene que quedar igual que el revés”; mi revés era un tanto amorfo pero bueno, pasable. Hace algún tiempo, me enseñó a remendar, aptitud mucho más práctica para los tiempos que me corren. Y por esa tarea reconvertida en terapia comenzamos hace un par de años, solo que en vez de hacerlo yo, lo hacía ella. Una de las ventajas de vivir en permanente estado de crisis económica es que he tenido muchas prendas que remendar. Particularmente, mi madre llegó a odiar un par de pantalones. Incluso cuando empezaba a perder la capacidad de expresarse, me decía que eran una mierda y que los tirara.

Lo más impresionante de hacerla coser era comprobar que no había olvidado que se tenía que poner el dedal y cómo había que coger la aguja y la prenda en cuestión para dar una puntada. Los músculos recuerdan. El resultado final fue empeorando progresivamente, sin embargo, su cuerpo seguía sabiendo cómo hacerlo. Lo curioso del tema es que aunque no recuerde ya casi nada de su vida anterior, la sola visión de su costurero la entristece, quizás la consciencia le recuerda que sabía coser.

Más sorprendente fue el día en que mi hermana le plantó en sus manos un ovillo de lana y dos agujas de tejer (yo nunca quise aprender). Inmediatamente y sin que nadie se lo dijera, empezó a tejer a una velocidad increíble. Estabámos entusiasmados. Tardó muy poco en cansarse, eso sí, pero lo hizo. Es una actividad a la que recurrimos frecuentemente. Evidentemente no esperamos que nos haga un jersey. Sin embargo, sigue siendo un placer verla tejer aunque solo sea durante unos minutos.

Las acciones rutinarias en las que se requiere movimientos automatizados de los músculos de nuestro cuerpo son interiorizadas mediante la práctica. En nuestra vida diaria, la mayoría de nuestros actos no requieren que seamos conscientes de ellos. La memoria muscular persiste aun cuando la memoria se resiente. Realizar este tipo de actividades estimula sin duda su actividad cerebral y se relaja la tensión.

No os cortéis: tejer, hacer ganchillo (o algo más moderno, si os atrevéis, amigurumis), la costura, el punto de cruz… Lo que sea… Las habilidades necesarias para realizar cualquier actividad basada en la repetición de acciones motrices finas -o sea, hacer cositas más o menos complejas con las manos-, que la persona haya hecho un millón de veces o más a lo largo de su vida, seguirán estando en sus manos. Los músculos recuerdan.

 

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2 Comentarios

  1. Me pregunto (en serio) si la memoria muscular persiste cuando juegas a la Play. Quiero decir: si pasas años jugando a la Play, ¿también recordaría la mente esos movimientos, llegado el momento?. Ahí lo dejo.

    • Solo si eres bueno… Si eres un paquete, tus manos no recuerdan nada porque no merece la pena. Aunque, yo ahora me planteo que si puede ser posible que pases años jugando a la Play y sigas siendo un manta y ahí no intervenga la mente. ¡Ay, no sé! Ahora ya no sé… Yo me pasé años jugando al Tetris de la GameBoy y era súper buena, pero luego en las máquinas de los recreativos, mis manos no recordaban nada… Igual era por el joystick.

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