De entre todas las actividades que se proponen en esta página, quizás esta sea la que menos llame la atención. Que pasear a nuestros mayores es positivo no necesita ser dicho, o ¿sí? Será porque ahora me fijo más en esto, de la misma manera que me fijaría en los dueños de perro paseando a sus mascotas si yo tuviera uno, hay una gran circulación de ancianos paseando acompañados de sus familiares o de personas que trabajan en este sector. Qué decir, pasear es saludable y mata el tiempo que no veas. Entre prepararse para salir —es decir, vestirse, calzarse y acicalarse— y el paseo en sí mismo, podemos invertir un par de horitas tranquilamente. Ahora bien, podemos aprovechar este tiempo para dedicarlo a fines terapéuticos.
Objetivos
- Mantener una vida saludable.
- Potenciar la psicomotricidad y la movilidad.
- Desarrollar las capacidades relacionadas con la ubicación y la lateralidad.
- Fomentar la memoria.
- Propiciar la conversación.
- Favorecer la relación con el entorno.
- Promover momentos de distensión.
El paseo terapéutico
A ver, no estoy descubriendo la pólvora evidentemente, pero caminar es bueno, sobre todo si tenemos en cuenta que la movilidad se verá afectada a medida que avance la enfermedad. Deciros que, claro, a veces no nos apetece andar ni a ellos ni a nosotros, aunque no por ello hay que dejar de insistir.
Trabajar los recuerdos es algo que un paseo por el entorno habitual propicia en gran manera. Sin embargo, a veces se complica y cuando los recuerdos van desapareciendo, los sitios conocidos ya no lo son tanto. Antes, solía preguntarle si recordaba ciertos lugares; ahora, he aprendido que esto me lleva a la frustración. No obstante, he caído en la cuenta de que a veces se almacenan otro tipo de recuerdos durante nuestros paseos. El verano pasado íbamos caminando por uno de nuestros recorridos habituales y una monja sexagenaria vino a caerse cerca de nosotras. La ayudamos a levantarse y estuvo hablando un poco, no se hizo nada. Los siguientes días cada vez que pasábamos por el mismo sitio, mi madre comentaba algo sobre la caída. Igualmente recordaba con rechazo una cuesta que le hice subir otro día. Es decir, sabía que subir esa cuesta era una tarea pesada y que no quería repetir la experiencia.
A veces, si ella ha salido muy a regañadientes es difícil mantener una conversación porque está enfadada. En esos momentos, no sé si será la caminata, mi mente se evade y apenas hablo porque estoy pensando en mis cosas y ella no quiere hablar. Error, pero el paseo también es un momento de evasión para mí. Aunque he de decir que he descubierto una manera de romper la tensión, no es un gran descubrimiento también os digo: me pongo a hablar de cualquier cosa e, incluso, saco un tema de nuestros recuerdos familiares a ver por dónde sale ella. Y pese a que los recuerdos parecen haber desaparecido, ella me contesta algo, lleva la conversación a su terreno y me cuenta algo a su manera. Advierto que el tono de la conversación es bastante surrealista así que otro consejo es que hay que acostumbrarse al surrealismo. De hecho, si estáis viviendo algo parecido, ya sabréis de lo que os hablo. Me imagino que ya os habréis sacado el proficiency en lenguaje demencial y conversaciones tipo cannabico. Procuro, además, no dejar de contarle a mi madre las cosas que le contaría si no estuviera enferma. Es más, lo hago por mí más que por ella. Sé que no me va a contestar de la misma manera que lo hubiera hecho en el pasado pero al menos siento que puedo contar con ella.
Pasear cerca de niños es siempre positivo. A mi madre siempre le han gustado los niños y verlos jugar le hace sonreír siempre.
En ocasiones, se para a leer matrículas de coches, carteles o hace comentarios de algo que hay en la calle. Si no lo hace espontáneamente, le hago preguntas para que me conteste sin importarme la respuesta, claro, y sorprendentemente suele acertar.
Lo más peliagudo del paseo, desde mi punto de vista de hija que no ha terminado de asumir la enfermedad de su madre, es enfrentarnos al mundo exterior. Pasear por el entorno implica que nos vamos a encontrar con conocidos y amigos, y para mí eso es lo peor. Odio tener que pararme a hablar con conocidos e intuyo que a ella no le gusta porque la hace consciente de su estado. Nosotras podemos tener una conversación surrealista pero que otras personas ajenas reciban una respuesta en este nivel me ataca los nervios. No soporto el tono condescendiente y lastimero de los conocidos, ese tono de hablar a un enfermo, ese manera de tratar a alguien desde la incomprensión de un no enfermo… No puedo con ello así que evito como puedo estos encuentros. Quizás el problema es más mío que de ella y me equivoco actuando así, pero no puedo evitarlo… También he observado que a veces nos cruzamos con gente que la conoce, la mira y no dice nada aparte de lanzar una mirada de “Pobre mujer”. Me alivia no conocerlos y que no se paren a hablar, la verdad es que se lo agradezco.
Recomendaciones
- Parece obvio pero no por ello voy a dejar de decirlo: es imprescindible llevar ropa y calzado cómodos. Las gafas de sol no son un must pero sí un plus. El sol y el viento pueden irritar los ojos ahora que son más sensibles, por cierto.
- Segunda obviedad: hacer pausas y descansar es casi tan importante como pasear. Además, sentarse en un banco puede ser la mejor manera de encontrar un tema o charlar sobre algo.
- En mi humilde opinión, creo que es positivo realizar recorridos rutinarios, es decir, mantener las mismas rutas. Propicia que recuerde lugares y que los asocie para ubicarse, de aquella manera, claro.
- Y todo esfuerzo merece su recompensa: un helado en verano o un café en invierno…
- Una advertencia: jamás pero jamás dejéis a vuestro familiar solo ni un momento. Podría asustarse o perderse.
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