Hablando con especialistas y otros familiares, he podido saber que no se trataba de un fenómeno aislado, parece ser que todos llegamos a la misma conclusión: con tu enfermedad degenerativa se desarrolla una fobia al agua que puede tener consecuencias imprevisibles. Progresivamente, hemos venido observando que sus reticencias iniciales a ducharse se han convertido en ataques gremlinianos de intensidad alta.

Os voy a contar cómo planteamos la ducha. 

Pues, bien, primer paso: es necesario armarse de paciencia infinita.

Segundo paso: si es posible, conviene animar a que la persona pueda desvertirse y vestirse por ella misma y el familiar auxiliar se convierta en un apoyo. Solo si es posible, los milagros escasean.

Tercer paso: esto no sé si es muy académico. Antes de entrar en la ducha, previniendo posibles represalias, no está de más hacerse cargo de las partes difíciles, genitales, por ejemplo, siempre y cuando se prevea que no lo pueda hacer ella.

Cuarto paso: imprescindible que la persona pueda sentarse con el fin de que os podáis manejar en la ducha. En el mercado podéis encontrar un amplio catálogo de adaptaciones arquitectónicas: sillas de ducha o banquetas adosadas a la pared, asideros, etc. Es importante tener en cuenta que el suelo debe ser plano, sin relieves, para evitar caídas. Y un consejo sobre este consejo: espacio; no hagáis reformas en baños pequeños si podéis evitarlo. Nuestro baño es pequeño y resulta agotador desenvolverse en el mismo cuando llega ese momento.  Antes de instalar o adquirir algo, consultad con algún experto en gerontología.

 

 

 

 

 

 

 

Quinto paso: ya en la ducha, si se puede, dejad que sea el enfermo el que se encargue de su higiene. Si no es posible, hacedlo con suavidad y cariño, prestando atención a los pliegues de la piel. Y si tenéis que hacerlo rápido porque la situación se pone insostenible, apresuraos. 

Sexto paso: mucha precaución a la hora de levantarse y salir de la ducha. Las caídas más frecuentes vienen por ahí. En el mercado, se venden superficies antideslizantes, nosotros aún no las hemos probado, no estoy segura de su eficacia, pero habéis de saber que existen. En su defecto, alfombrillas.

Séptimo paso: el proceso de secado del cuerpo debe ser exhaustivo y con especial atención a los pliegues del cuerpo. Por favor, utilizad toallas suaves. De nuevo, si se puede, el enfermo debería tomar parte en él. 

Octavo paso: después de secar, convendría aplicar crema hidratante. A veces lo intento, pero llegados a este punto la tensión está a flor de piel, por lo que suelo esperar. Si los nervios lo permiten, este es el momento.

Noveno paso: en la medida en que se pueda, si vuestro familiar puede vestirse por sí mismo, es necesario prestar ayuda. 

Décimo paso: el secado y cuidado del pelo es otra de las habilidades que conviene que se mantengan. Aunque no lo hagan bien, no importa. En cuanto a las uñas, hacedlo como lo haríais con vuestros pies, aquí os digo que mejor que os hagáis cargo vosotros o que acudáis a un podólogo.

Como no soy una experta en la materia y prefiero no dar consejos, os dejaré el Manual de habilidades para cuidadores familiares de personas mayores de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología.